Un paseo por el Barrio Chino
Era un día poco común en la gran metrópolis, Nueva York. Los gélidos vientos que usualmente soplaban desde el rio Hudson habían decidido tomarse un descanso y el cielo mostraba un azul impecable solamente perturbado por algunas pequeñas nubes blancas que perezosamente lo recorrían sin llegar a ocultar el brillante sol que desparramaba sus rayos sobre las multitudes que recorrían las calles. El buen tiempo me dio ánimos para llevar a cabo un encargo que había postergado, dado que mi natural indolencia me inclinaba a no salir cuando las condiciones climáticas así no lo aconsejaban.
Hacía unos días que, estando en mi oficina de detective privado en el séptimo piso de un edificio en Manhattan, habían golpeado a la puerta y, al ir a atender, me encontré con una persona de evidente origen asiático, a la cual hice pasar hasta mi despacho. Era un hombre que se presentó de la siguiente manera:
– Quiero hacerle una consulta. Mi nombre es Chang Li y soy el dueño de un negocio de venta de comestibles en Chinatown, el barrio chino.
El área metropolitana de Nueva York alberga la población étnica china más grande fuera de Asia, compuesta por aproximadamente 900.000 individuos, agrupados en más de diez barrios chinos, el primero de ellos cronológicamente en la isla de Manhattan. Los primeros inmigrantes chinos llegaron al Bajo Manhattan alrededor de 1870 y ya tenían una presencia definida a fines del siglo XIX en el barrio conocido como Five Points (Cinco Puntas). A partir de 1968 cuando se liberó la entrada al país de inmigrantes chinos la población de la comunidad aumentó enormemente y se distribuyó en varias zonas.
Fue natural entonces que yo preguntara:
– ¿En cuál barrio precisamente?
– Aquí mismo, en Manhattan. ¡Hace treinta años que estoy radicado en el país!
– Bien, ¿y cuál es su problema?
– Hace unos días, cuando yo estaba atendiendo mi negocio, entró un niño que me entregó un papel e inmediatamente salió corriendo sin decir nada y sin permitir que le hiciera una pregunta.
Al tiempo que decía esto me pasó un trozo de papel que por lo que pude ver estaba cubierto con ideogramas que supuse serían chinos, por lo que le pregunté:
– Yo no sé leer chino. ¿Podría traducirme lo que dice, por favor?
– Por lo que yo puedo leer, dice: "Ten cuidado con mi mujer o terminarás zambullendo en el rio sin haberlo deseado." Pero hay algunos caracteres que yo no conozco y no sé lo que significan.
– ¿Y qué desea Ud. que haga?
– Necesito que averigüe quién me mandó esto porque no tengo idea de quién puede ser ni a qué mujer ser refiere.
– Bien, son quinientos dólares por adelantado, y le aclaro que tengo otros asuntos que resolver antes que el suyo.
– ¿Cuándo podría hacerlo? No tengo interés en que me maten por algo que ni siquiera sé de qué se trata.
– Espere que miro mi agenda. – Saqué mi teléfono móvil e hice que consultaba la agenda, pero en realidad estaba mirando el pronóstico del tiempo. Había un día soleado dos días después. – Dentro de unos días tendrá noticias mías.
– Bueno, esperemos que sus noticias lleguen antes que la de mi muerte. – Dijo y me entregó el dinero pedido.
Esa era la razón por la ahora me encontraba recorriendo las abarrotadas calles del Barrio Chino en el Bajo Manhattan, repletas de amantes de la gastronomía y turistas atraídos por sus numerosos restaurantes chinos y del sudeste asiático para disfrutar de albóndigas, bollos de cerdo y fideos desmenuzados a mano. Mi objetivo era la comisaría del distrito, donde trabajaba un amigo, de origen chino por supuesto, quien confiaba me iba a ayudar a terminar de descifrar el amenazante mensaje.
– Mira, – me dijo cuándo le pasé el papel que me habían dado – estos signos que tu cliente no pudo traducir son la insignia de una banda criminal china, la Banda Verde, que se ocupan de asesinatos, atentados con coche bomba, contrabando de armas, lavado de dinero, trata de personas, y otras preciosuras parecidas. Te aconsejaría que no te involucres con esa gente.
– No me queda más remedio. – le dije – Los negocios no andan bien últimamente y además ya cobré por adelantado. Por favor dime dónde puedo ubicar a su jefe.
Con mucha renuencia me dijo que el jefe de la banda o tríada, como se las denomina, era un individuo llamado Wan Kuok-koi, y me dio los datos de dónde encontrarlo. Cuando conseguí hablar con dicho individuo, invocando el nombre de mi amigo en la policía, le mostré el mensaje y le pregunté qué me podía decir al respecto. Le expliqué que Chang Li no había cometido ninguna infidelidad y no sabía de qué se lo estaba acusando.
– ¡Escuche! – me contestó – Este infame verdulero trata de conquistar a mi esposa dándole siempre más de lo que paga. Si le pide una docena de pepinos, le da un pepino extra. Yo no voy a permitir que convenza a mi esposa de traicionarme usando estos bajos recursos. Antes lo voy a tirar al rio atado a una piedra bien pesada que lo lleve al fondo para siempre.
Usando mis mejores artes de persuasión, conseguí tranquilizar a Wan y convencerlo de que Chang no tenía intenciones adúlteras, sino que simplemente aplicaba una estrategia comercial. Habiendo solucionado este aspecto del problema, el verdadero trabajo consistió en persuadir a Chang de que dejara de hacer regalos a una cliente si no sabía a ciencia cierta quién era el marido, so pena de tener que sufrir una inmersión en el rio que sería la última de su vida. Volví feliz a mi oficina, satisfecho de haber dado un buen paseo y ganado dinero sin tener que hacer mayor esfuerzo.