La sexta luna
Corría el año 3024. En aquella lejana avanzada de la humanidad, todavía se seguía contando el paso del tiempo igual que lo hacían los primeros colonos cuando partieron del planeta madre, al que ellos llamaban Tierra. ¿Porqué usar ese antiguo sistema que se basaba en contar el tiempo a partir del momento en el que suponían había nacido un ser sobrenatural, al que ellos llamaban Jesús? La explicación habría que buscarla, en primer lugar, en las circunvoluciones del cerebro de la especie humana. Allí habríamos comprobado que la especie humana es resistente a los cambios: no le gusta que le cambien las reglas del juego. Si se le hubiera dicho a los colonos que, habiéndose afincado en el quinto planeta de un sistema donde los planetas giraban en torno a la estrella Aldebarán de la constelación de Tauro, a sesenta y cinco años luz de la tierra, debían contar como un año el tiempo que tardaba su planeta, Aldebarán V, en dar una vuelta, probablemente se hubieran disgustado por no saber cuánto más viejos eran o qué edad tenían sus hijos.
El resto de la explicación tendrían que darla los docentes que en la Universidad trabajaban en el área de la Historia. Ellos tendrían que explicar que en el planeta de origen había varias formas de contar el tiempo: por ejemplo estaban los chinos, para quienes el año 2024 era el 4722, o los islámicos, para quienes era el 1454. Explicarían que los países de la Tierra que se habían unido para la conquista del espacio y que habían construido la nave que llevó a los colonos, contaban el tiempo como se seguía haciendo en Aldebarán V. Eran los países que habían descubierto y desarrollado la tecnología que había permitido viajar hasta ese planeta que tenía características similares a la Tierra, lo que permitió a los colonos establecerse y prosperar hasta contar con una comunidad muy similar a la que tenían en su planeta de origen. De suerte que en Aldebarán V los relojes seguían contando las horas, los días y los años como se hacía en la vieja Tierra.
Varias cosas empero eran distintas a la vida en la Tierra, de la cual realmente no quedaba nadie que pudiera recordarla porque todos los que habían venido en la nave, ahora convertida en museo, ya habían fallecido. Una diferencia notoria era que, mientras la Tierra tiene un sólo satélite, al que se llamaba Luna, en torno a Aldebarán V había cinco satélites o lunas. Otras diferencias menos aparentes se referían al modo de vida de los habitantes del planeta, debidas tal vez a ser menor la cantidad de personas y al ser todos pioneros en un mundo nuevo donde no había nada pre-existente y todo estaba por hacerse. No había aquí cosas que en la Tierra eran aborrecidas, como el crimen y la guerra, pero como contrapartida tampoco había ocasiones deseables como bailes, desfiles, carnavales, y cosas parecidas. Todo era trabajo, trabajo y trabajo, y nada de diversión; por supuesto, que estamos hablando de la persona que ya había terminado su educación obligatoria, la cual otorgaba los títulos habilitantes para trabajar. Los menores tenían la oportunidad de celebrar sus cumpleaños con una comida especial donde se invitaba a parientes y amigos. Si un terrestre asistiera a una de esas fiestas de cumpleaños se encontraría sin embargo sorprendido al no escuchar ningún tipo de música que acompañara a los cantos o invitara a la gente a bailar. Es que los técnicos que habían planificado el viaje de colonización, ya sea por un error o por pensar que no eran realmente necesarios, no habían incluido a ningún músico entre los colonos.
Para las personas con una vocación por el estudio y la investigación, se había creado una Universidad cuya finalidad era formar docentes y realizar investigación en laboratorios especializados. Uno de ellos era el Observatorio Astronómico, cuyo personal dedicaba su tiempo a escudriñar y cartografiar el sistema planetario que giraba alrededor de la estrella Aldebarán. En el transcurso de esas funciones fue que descubrieron un asteroide cuya órbita lo llevaba directamente a colisionar con el planeta. Esto causó al principio mucha preocupación hasta que se hicieron los cálculos necesarios y se llegó a la conclusión de que, por su tamaño, lo más probable era que se desintegrara al ingresar a la atmósfera, o en caso de no hacerlo totalmente, quedara lo suficientemente reducido como para que su impacto no causara grandes daños. De modo que se dio aviso a la población para evitar alarmas innecesarias y periódicamente se emitía un boletín con los resultados de los últimos cálculos realizados para determinar el lugar de su posible impacto. Pero cuando el asteroide estuvo lo suficientemente cerca del planeta, pasó algo que los astrónomos no habían previsto: la fuerza de gravedad del planeta lo capturó y pasó a girar como un satélite más, la Sexta Luna.
Una vez superado el temor de la colisión con un asteroide, un pequeño grupo en el Observatorio Astronómico fue designado para obtener toda la información posible sobre la Sexta Luna. No tardaron en descubrir que esta luna presentaba signos de estar habitada. Había algo que se movía en la superficie de la luna, aunque debido a la distancia y a la precisión de los instrumentos utilizados, era imposible obtener una imagen clara de su figura. De todas maneras, se dispuso de una cámara para que siguiera constantemente los movimientos de ese ser u objeto, y las grabaciones de ese seguimiento eran analizadas diariamente por uno de los astrónomos, los cuales se iban rotando para ese trabajo. Un día, el personal que estaba realizando la tarea vio aparecer como una llamarada en la superficie de la luna y poco después un objeto brillante en movimiento se destacaba contra la negrura del espacio y aparentemente se dirigía hacia el planeta. En poco tiempo, todas las personas que se encontraban en el Observatorio se agolpaban delante de la pantalla del telescopio que seguía automáticamente el desplazamiento del objeto.
A medida que el objeto se acercaba al planeta, su imagen se iba haciendo más definida y se pudo comprobar que no era un gran pájaro plateado, era una nave espacial de forma aerodinámica que reflejaba la luz de la estrella central. Parecía tener una cabina de mando ubicada cerca de la nariz del vehículo. Los cálculos de las computadoras del Observatorio indicaban que iba a tocar tierra en un campo ubicado cerca del campus de la Universidad, hacia el cual se dirigieron presurosamente todas las personas que podían dejar sus puestos de trabajo. Al llegar ahí no tardaron en escuchar un sonido similar al de un avión y poco después el artefacto aterrizaba y se detenía después de una corta carrera. Bajo la mirada de toda la gente allí reunida, una parte del fuselaje se levantó para formar una escalera por la cual descendió una pequeña figura vestida con un traje enterizo de color verde que solamente dejaba la cara al descubierto. En la mano traía una bolsa que dejó en el suelo para levantar ambos brazos saludando a los que lo miraban asombrados. A continuación se dirigió a la multitud de esta manera.
– Hola, humanos. Hace ya un tiempo que el asteroide en que habito se ha convertido en la sexta luna de este planeta. Desde entonces me he dedicado a observar a la gente que lo habito para estar en las mejores condiciones al momento de tener que presentarme. He podido apreciar el grado de laboriosidad que tenéis y lo bien organizada que está vuestra sociedad. Sin embargo, tengo que recordaros un viejo refrán que creo es aplicable en este caso: "Mucho trabajo y nada de diversión hacen de Juan un muchacho aburrido." Pero para divertirse es indispensable algo que está ausente en este planeta: la música. Así que he decidido haceros este presente que estimo será apreciado por vosotros. Os propongo que como forma de celebrar este encuentro hagamos un baile al cual yo voy a contribuir poniendo la música.
El extraño personaje abrió la bolsa que había traído, sacó un violín y su correspondiente arco e inmediatamente comenzó a tocar una pegadiza polca vienesa que hizo que los pies de los que la escuchaban empezaran involuntariamente a moverse. A los pocos minutos todo el mundo estaba bailando, y así fue como la música, que según Longfellow es el "lenguaje universal de la Humanidad", encontró al fin su lugar en el planeta Aldebarán V.