La parada
El momento era justo,
la ocasión oportuna.
Tantas horas hablando
comenzaban a dar su fruto.
Todo se desenvolvía
suave y gradualmente.
Habíamos logrado
la armonía que desde
el comienzo ambicioné.
"Te acompaño", te dije.
"Bueno", me dijiste,
"pero sólo hasta la parada".
Ninguna nota discordante
estropeaba el invisible lazo
que entre los dos
se había creado.
Salimos a la calle
y habiendo caminado
una media cuadra,
un impulso súbito
nacido de la confianza
ya entre los dos creada
me hizo exclamar:
"¿Tomamos un café?"
"Sí, en la otra cuadra",
fue la contestación
que me confirmó
que no estaba equivocado.
Cuando allí llegamos...
estaba cerrado.
"Vamos a la parada",
me reclamaste, y entonces
fue como si una fina y hermosa
copa de brillante cristal
se hubiera quebrado
desparramando sus restos entre
los de mis sueños destrozados.