La isla
Remaba y remaba. ¿Para qué remaba? No sé. El barco en el que viajaba ya hacía rato se había hundido bajo las aguas y ahora me encontraba sólo en ese bote provisto con un mínimo equipamiento de salvamento y sobrevivencia. Creo que remaba para superar la angustia que me ocasionaba el estar sólo en medio del océano sin tener a la vista más que agua y cielo. Cada tanto descansaba cuando ya no daba más, hasta que la angustia hacía de nuevo presa de mí y de vuelta a remar. Sabía que sólo disponía de unos cuantos días para que me rescataran hasta que la pequeña cantidad de agua y alimento que tenía en el bote se acabara. Ni siquiera estaba seguro de si el telegrafista había tenido tiempo de mandar un mensaje de auxilio antes de que el barco se hundiera, luego de ese desgraciado encuentro con una mina flotante que había abierto un agujero tan grande que tuvimos que abandonar el barco a las corridas como las proverbiales ratas. Por suerte había conseguido echar mano de ese bote gracias a que era uno de los pocos que estábamos despiertos en ese momento. La mayoría de los tripulantes seguramente ni habrían tenido oportunidad de enterarse de qué pasaba antes de morir ahogados.
Mientras rememoraba esos terribles momentos, me pareció ver una alteración en la línea que separaba el agua del cielo. ¿Tendría la suerte de estar llegando a algún trozo de tierra? Remé con más furor, como si la esperanza me hubiera dado renovadas fuerzas. Al cabo de un rato pude divisar algunas cosas verdes que se perfilaban contra el horizonte como si fueran hojas de palmera. Algunas horas después, cuando ya mis brazos apenas podían mover los remos, me encontré frente a algo que tenía todas las apariencias de ser una isla, con una playa de arena y las correspondientes palmeras justo frente a mí. Con un último esfuerzo conseguí llevar el bote hasta el borde del agua y me recosté exhausto mientras que el sueño se apoderaba de mí.
Cuando desperté, ya descansado, subí el bote a la playa, recogí todas las cosas que traía en él, las cargué como pude en mis hombros, y di comienzo a la tarea de explorar la isla. Después de bastante caminar, encontré una pequeña aldea de nativos que cuando me vieron aparecer formaron un apretado grupo que se interpuso en mi camino. Por las expresiones de sus rostros, me pude dar cuenta que sus intenciones no eran precisamente amistosas. Me percaté de que estaba en un momento crucial. Si no conseguía tomar el control de la situación, el futuro no me era seguramente auspicioso. Debía hacer algo inmediatamente y tenía que ser algo que les impresionara. Descargué mis cosas al suelo y las revolví hasta encontrar una pistola de señales.
Apunté la pistola hacia el cielo y disparé una luz de bengala. Cuando volví la vista a la tierra, todos los nativos estaban de rodillas y con las manos juntas en el ademán universal para pedir misericordia. Les hice señas de que se levantaran. Así lo hicieron y del grupo se destacó un hombre que por su aspecto debía ser el de más edad. Me dirigió un discurso del que no entendí una palabra, lo que traté de hacerle entender por señas. Movió la cabeza como asintiendo y con las manos me indicó que le siguiera hasta una choza, mientras que les indicaba a los otros que trajeran mis cosas.
En esa choza estoy viviendo hasta ahora y todos los días me traen comida que, aunque extraña para mí, la como sin dejar nada. También viene todos los días una mujer que me ha enseñado lo que pudo de su lenguaje y así me he enterado de que una antigua leyenda de la tribu les aseguraba que algún día iba a llegar un hombre con sobrenaturales capacidades como las de producir rayos y relámpagos, y al cual le debían rendir pleitesía y sumisión. Gracias a esa leyenda me han tratado a cuerpo de rey, no obstante lo cual he tratado de asimilarme a sus costumbres, acompañándolos en sus actividades y participando de sus ceremonias.
Hasta el día de hoy, no pierdo la esperanza de que alguien me rescate por lo cual tengo preparado en mi choza un montón de hojas y ramas secas, para poder hacer en la playa rápidamente un fuego que llame la atención de algún barco que pase cerca de esta isla. Sigo esperando. No sé si me van a permitir abandonar la isla.