La fortaleza
De lejos era posible avistar la Fortaleza. Nada en el terreno, que era plano aunque con ondulaciones, impedía apreciar la altura de sus muros, construidos con piedras que seguramente había costado mucho tiempo y trabajo traer de lugares lejanos, dado que en lo que se alcanzaba a ver no había nada que pudiera ser la fuente de esas piedras. Uno se podía preguntar por qué habían elegido ese lugar para construir una fortaleza del tipo de las que usualmente se ubicaban en lugares difíciles de acceder, como una manera de desanimar a posibles enemigos. La ubicación y el trabajo invertido en el transporte de los materiales convertían a la Fortaleza en un enigma para la mente, para cualquiera que la contemplara aunque sea de lejos, antes de acercarse a sus poderosos e imponentes muros.
Al Viajero que de la distancia la miraba le pareció que no iba a ser difícil llegar hasta ella. El terreno, como hemos dicho, si bien tenía subidas y bajadas, no era algo que estuviera fuera del alcance de unas piernas como las suyas, fuertes y acostumbradas a recorrer largos caminos. En la bolsa que cargaba al hombro llevaba comida para varios días, adquirida en el último pueblo por el que había pasado. Por lo que se podía ver, la planicie que rodeaba a la Fortaleza estaba cruzada por pequeños cursos de agua, que desembocarían talvez en un río que no se alcanzaba a divisar. Era previsible que agua no le iba a faltar, de manera que era solamente cuestión de caminar y caminar, poniendo en práctica la paciencia que le había permitido llegar hasta allí.
Cuando había desembarcado en aquel puerto que ahora parecía tan lejano, lo había hecho impulsado por las historias que había escuchado acerca de esa Fortaleza que ahora estaba contemplando, lejana pero no fuera de su alcance. Las historias decían que allí habitaba un gran hombre, muy sabio, que podía decirle a quien consiguiera llegar hasta él, cuál era el sentido de su vida, una cuestión que siempre había sido misteriosa para el Viajero, a pesar de que se consideraba y lo había comprobado muchas veces, más inteligente que la mayoría de las personas que había conocido.
Acercándose al medio siglo de existencia, había tenido oportunidad de encontrarse y hablar con muchos hermanos del género humano, tanto hombres como mujeres, encontrando que muy pocos de ellos se habían hecho alguna vez siquiera la pregunta de porqué o para qué vivían. Aquellos a los que alguna vez se le había pasado dicha pregunta por la cabeza, la habían desechado casi inmediatamente, respondiéndose que no valía la pena preocuparse por ese tema, cuando había cosas más urgentes que hacer, como ganarse el sustento o formar una familia.
Sin saber por qué, y muy a pesar suyo, al Viajero siempre le había parecido que lo más importante y urgente para cualquier persona era determinar que iba a hacer con su vida, en qué iba a invertir ese fugaz momento entre dos eternidades, la de antes de nacer y la de después de morir. Muchas actividades había emprendido en lo que llevaba vivido, pero siempre había rondado por su cabeza la pregunta de si eso era lo que realmente debía o deseaba hacer. Lo que sus padres esperaban de él o lo que la sociedad en que vivía consideraba que era la tarea adecuada para su edad, su género o su posición social habían sido muchas veces lo que había guiado su decisión, aunque a veces un impulso de rebeldía le había hecho desviarse del camino trazado por otros para intentar caminos propios y menos frecuentados.
¿Qué era lo que le estaba destinado realizar en su vida? O, en otras palabras, ¿cuál era el sentido de la vida, en general, y de su vida, en particular? Esa era la pregunta que lo había llevado a probar diversas actividades, esperando encontrar en alguna de ellas el sentimiento que le indicara que esa era la que le estaba dedicada. Pero nunca había ocurrido ese momento de epifanía que le indicara que estaba en el camino correcto. El resto de las personas parecía no preocuparse por ese tema. Se limitaban a existir, a recorrer el camino que otros habían trazado para ellos, pero nunca a buscar su propio camino, el que verdaderamente les perteneciera. Les interesaba más otros temas, como por ejemplo los bienes materiales que pudieran conseguir o la posición social que pudieran alcanzar.
El Viajero no provenía de una familia rica. Como la mayoría de la humanidad, debía cumplir con el mandato bíblico de ganarse el sustento con su propio trabajo. Aun así, había tratado de utilizar el tanto de libertad del que podía disponer para elegir trabajos que le parecieron afines con su manera de pensar y de sentir. La prueba de que había hecho buenas elecciones fue el hecho de que siempre se desempeñó bien en todo lo que le tocó realizar. Todas las tareas que le fueron encargadas fueron aprobadas satisfactoriamente por los que cumplían la función de juzgarlas. Sus compañeros de trabajo también estaban de acuerdo en la buena calidad de su trabajo. Pero todo esto no alcanzaba a satisfacerlo, porque nunca tuvo la sensación de estar haciendo aquello para lo que vino al mundo.
Fue así cambiando de una profesión a otra, no por razones de disconformidad, sino siempre en esa búsqueda constante de la que ya no hablaba a nadie porque había comprobado que eran muy pocos los que podían entenderlo. Un día estaba sentado en un bar, en un puerto en el que esperaba que zarpara el barco que lo iba a llevar a otro país en el que lo esperaba un nuevo trabajo. En una mesa vecina unos marineros conversaban, intercambiando noticias recogidas en sus últimos viajes. Fue entonces cuando escuchó por primera vez la historia de la Fortaleza y del hombre que en ella habitaba. La volvió a escuchar de nuevo otras veces a lo largo de los años, hasta que decidió finalmente buscar esa Fortaleza y ver que había de cierto en lo que de ella contaban.
El resultado fue que ahora estaban frente a frente, él y la Fortaleza. Aunque ciertamente aún le faltaba un trecho por recorrer, estaba tranquilo porque se consideraba capacitado para hacerlo. Su única inquietud era saber qué le diría el hombre sabio cuando, al fin, le planteara la pregunta que lo había recorrido todos esos años. Ya faltaba poco en tiempo y espacio, en comparación con lo que le había llevado llegar hasta allí.