La estatua
La estatua miraba a lo lejos,
más allá de los árboles que rodeaban
la plaza en la que se levantaba.
Podía hacerlo porque su pedestal
varios metros se elevaba,
cubierto de placas de bronce
que muchas hazañas recordaban.
Su brazo derecho se alzaba
con el dedo índice extendido
señalando quien sabe qué cosas
que no eran los edificios
de muchos pisos que circundaban
esa plaza donde las palomas
aquí y allá revoloteaban.
¿Tienen memoria las estatuas?
Si así fuera, tal vez recordaba
las montañas que hace mucho tiempo
lo desafiaban y que entonces señalaba
diciendo "¡Allá vamos!"
porque nada de eso lo atemorizaba.
Su destino estaba claro,
nada más contaba.
Su familia había dejado,
sus horas de sueño acortado.
Perseguir su ideal
era lo único que importaba.
Muchos lo acompañaron
en aquella gesta gloriosa
contagiados por el entusiasmo
que de él irradiaba.
¿Cuándo fue que perdimos
ese espíritu de sacrificio
por realizar nuestro sueño?
¿Cuándo empezamos a darnos
por satisfechos con la limosna
que los poderosos reparten
a cambio de que los dejemos
seguir engrosando sus arcas?
Nada de lo que nos ocurre
es causado por el azar.
Todos somos responsables
de haber perdido el camino
que sólo volveremos a encontrar
cuando recordemos a aquellos
que todo lo dieron
por darnos la libertad.