La carta
Todo comenzó con una carta. La puerta de la casa de Tomás tenía una de esas aberturas con un herraje que llevaba esculpida la palabra "Cartas", o sea un buzón como comúnmente se le llama. En el frente de la casa había un pequeño jardín, y un muro bajo marcaba el límite entre el terreno de la casa y la vereda. El jardín no tenía un portón, de manera que cualquiera podía echar por el buzón lo que tuviera para entregar: cuentas, informes, propaganda y, ocasionalmente, la carta de algún pariente o amigo. Lo que sea que entrara por la abertura del buzón, caía al suelo de donde Tomás lo recogía.
Así fue que un día levantó del piso un sobre que no tenía nada que lo distinguiera de los que habitualmente llegaban. En el frente un membrete informaba que provenía de la "Compañía de Seguros Generales", ubicada según dicho membrete en la misma ciudad donde residía Tomás, pero sin mayores precisiones, como por ejemplo una dirección donde funcionaran sus oficinas. También en el frente del sobre, una ventanita cubierta con celofán permitía leer el nombre del destinario, impreso en el papel que contenía: "Sr. Tomás Rodríguez", y debajo la dirección de la casa de Tomás. Este abrió el sobre y extrajo la hoja de papel que había en su interior. Lo que en ella venía impreso lo dejó sumamente intrigado.
En la carta se le informaba que, a través de un proceso de muestreo aleatorio, había sido elegido para integrar un grupo de personas cuyo comportamiento fuera de su domicilio iba a ser rigurosamente monitoreado por personal de vigilancia con el objeto de reunir datos para un proyecto de investigación destinado a descubrir pautas de comportamiento que permitieran contribuir a la prevención de accidentes. Dicho proyecto tenía una duración de treinta días, durante los cuales todos sus desplazamientos serían registrados minuciosamente. Como compensación por su colaboración, recibiría una suma de dinero a cobrar una vez terminado el seguimiento.
Para incentivar aún más su colaboración, se prometía que la persona que durante ese lapso hubiera registrado la menor cantidad de situaciones posibles de ser víctima de un accidente, se haría merecedora de recibir un premio consistente en una cantidad de dinero que a Tomás le hizo proferir una exclamación de asombro. También se aclaraba que, en caso de no querer integrarse al grupo a ser monitoreado, podía negar su consentimiento llamando a un número de teléfono que se proporcionaba. Como es de imaginar, esto dejó muy pensativo a Tomás, quien no sabía si aceptar o no la propuesta. Finalmente, decidió no hacer nada y seguir su vida normalmente como si nada hubiera pasado. Al final de cuentas, ¿qué problema había en que lo siguieran si él nunca hacía nada reprochable? Y si le iban a pagar, y tal vez entregar un premio, por hacer lo mismo de siempre, ¡mejor todavía!
Durante un mes, cada vez que salía de su casa, Tomás se la pasaba tratando de descubrir a quien lo estuviera siguiendo. Nunca pudo ver a nadie tras sus pasos. Cuando terminó el mes, y pasó el tiempo sin que nadie se pusiera en contacto con él para pagarle, decidió llamar al número que le habían dado para pedir explicaciones. Lo único que consiguió fue escuchar una voz grabada que le decía que por el momento no podían atenderlo y que por favor espere. A continuación sonaba una música y después de un rato el mismo mensaje grabado, y esto repetido una y otra vez. Hasta el día de hoy, Tomás no cobró nada y no sabe si realmente alguien lo siguió alguna vez, o si alguien le jugó una broma, pero ¿con qué propósito?