En la roca
Sentado en una roca, en la clásica pose del pensador de Rodin, la barbilla apoyada en el puño que a su vez se asentaba en la rodilla, Marcelo miraba las olas embravecidas que golpeaban la costa. En su cabeza, los recuerdos se agolpaban como el agua que, implacable, batía contra las piedras. Un cruel dilema hería su corazón. ¿Había estado equivocado toda su vida? De pequeño, sus padres le habían inculcado patrones de conducta que, según ellos, eran los que correspondían a una persona honorable y respetable. Debía cederles el asiento a los ancianos, debía respetar a la maestra, debía tratar con consideración a todo el mundo y particularmente a las mujeres, como por ejemplo, sus compañeras del colegio. Sin embargo, como en una orquesta algún instrumento desafina con los otros, algunos detalles iban apareciendo que no coincidían con lo que una y otra vez le habían recalcado. En el colegio tuvo compañeros que al parecer no habían tenido la fortuna de tener padres que les dieran la educación que los suyos le habían dado. Estos compañeros, pudo comprobar, eran los que sobresalían en lo que más ansían los adolescentes: ser populares entre los otros alumnos. Eran los preferidos de los profesores y los celadores. Esto no lo hizo renegar de las enseñanzas que había recibido. Sencillamente, prefirió estar en paz con lo que su conciencia le indicaba como correcto: seguir las normas que le habían sido inculcadas. Cuando llegó a la edad de trabajar, su enfoque no había cambiado. Sabía que debía respetar y obedecer a su jefe y a las otras autoridades del lugar donde el destino le había colocado para ganarse la vida. Nunca desobedeció las órdenes y puso su mejor empeño en cumplirlas, utilizando todos sus recursos para hacer lo mejor posible el trabajo que le había sido encomendado. No obstante, veía a su alrededor compañeros de trabajo que no se comportaban de la misma manera, y que recibían el mismo trato y las mismas recompensas que él, que incluso llevaba el trabajo a su casa cuando no podía terminarlo en el oficina.
Ahora, ya a una edad avanzada, y lejos de aquella infancia donde su conducta había sido moldeada, Marcelo hacía un balance de lo que había hecho en su vida y de lo que la vida le había dado, y comparaba esto último con lo que tenían algunos de sus amigos y conocidos. No estaba insatisfecho con lo que tenía, pero veía que a otros les había ido mejor, y que esos otros eran justamente los que no se habían esforzado como él mismo para cumplir con lo que le habían enseñado. Habían sido más astutos que él y en vez de guiarse por las reglas que él había seguido, habían sabido mirar a su alrededor y hacer lo que más les convenía. Habían comprendido que no siempre guiarse por las reglas es lo mejor que se puede hacer y que es más redituable poder comprender cómo funciona la sociedad en la que a uno le ha tocado vivir, y así entender cuál es el rumbo a seguir, qué es lo que conviene y qué es lo que no nos aprovecha. Y la pregunta que ahora le atenazaba la garganta era: "¿Por qué no me di cuenta antes de esto y no ahora que ya mi vida está próxima a finalizar?"