El quincho
Coronel Echeverría es un pueblo que se encuentra a la orilla de un riacho en el delta del Paraná. Recibió su nombre por un ignoto militar de la guerra de la Triple Alianza de quien solamente sus descendientes se acuerdan. Uno de ellos, que alguna vez tuvo un alto cargo político, fue el que decidió aprovechar esta circunstancia para rescatarlo del olvido poniendo su nombre a este pueblo que pocos conocen.
A unos ocho kilómetros hay una estación ferroviaria a la que una vez a la mañana y una vez a la tarda llega un tren que va y viene entre el pueblo y la capital. Una combi se ocupa de llevar y traer a los habitantes que tienen que hacer algún trámite o comprar alguna cosa que no encuentran en los escasos comercios del pueblo. Más o menos a la mitad del camino que une el pueblo con la estación se encuentra la entrada a la principal fuente de trabajo de los lugareños, la estancia "La Celeste". Durante muchos años propiedad de la familia Gorostiaga, su actividad fue decayendo a medida que los descendientes de los primeros dueños se dedicaban menos al trabajo y más a despilfarrar el dinero en fiestas en la capital. Finalmente tuvieron que rematarla antes de que el Fisco se la confiscara por las deudas acumuladas. El adquirente, Francisco Vilavedra, vivía en la estancia junto con su esposa, Mabel, un secretario y un escaso personal de servicio. El resto del personal vivía en el pueblo, desde donde iban a trabajar. Francisco decía ser hijo de un rico hacendado de la provincia de Buenos Aires, donde había aprendido el oficio, y haber comprado la estancia con dinero que le diera su padre. Una de sus primeras medidas fue despedir al capataz, diciendo que él se bastaba solo para manejar el establecimiento. Cuando Francisco y Mabel llegaron por primera vez, venían acompañados por la hermana de Mabel, Luisa, pero ésta se marchó después de un tiempo.
Los Vilavedra gustaban de invitar a sus amigos a pasar el fin de semana con ellos, ya que disponían de más habitaciones de las que ocupaban. Más o menos por la época en que Luisa se fue, hubo una gran tormenta con vientos muy fuertes, que desarraigaron un alto árbol que había cerca de la casa, dejando un pozo bastante grande. Francisco decidió que en vez de rellenar el pozo, era mejor construir en el lugar un quincho, que según dijo estaba necesitando para hacer asados con sus visitantes de fin de semana.
A la esposa del anterior propietario, Laura Gorostiaga, una persona de edad mayor, para que no tuviera que irse de donde había vivido toda su vida, Francisco le permitió que ocupara la que había sido la casa del capataz, no lejos de la casa de los dueños, que estaba desocupada desde que éste fue despedido.
Los vecinos progresistas del pueblo, las "fuerzas vivas" como se los llamaba, habían conseguido del gobierno que se instalara una comisaría y una estafeta de correos, y destinado un predio cerca del pueblo para que funcionara como camping, aprovechando que en las cercanías había una playa que en la época de verano podía atraer turistas que quisieran estar en contacto con la naturaleza. A esa estafeta iba el secretario, César Ojeda, todos los días a retirar las cartas de la casilla postal de la estancia. César además se ocupaba del manejo de los asuntos administrativos del establecimiento, mientras que Francisco atendía los trabajos propios de la cría de ganado junto con el resto del personal. Unas pocas mujeres vivían en la estancia para atender a la pareja Vilavedra y ocuparse de las tareas de limpieza.
El viernes que comienza nuestra historia llegaron en el tren de la tarde los invitados que iban a pasar el fin de semana. Eran Carlos y Elisa Quiroz, amigos de Mabel, pero que habían pasado los dos últimos años en Europa, donde Carlos, que era ingeniero, había ido a hacer unos cursos de perfeccionamiento. No lo conocían por lo tanto a Francisco, que hacía solamente un año que se había casado con Mabel. Mientras estaban en Europa, los Quiroz habían leído las obras de un escritor argentino que allá era muy bien considerado, Luis Aquino, cuya especialidad eran las novelas policiales. Le pidieron a Mabel que también lo invitara para poder conocerlo. Además venía un banquero, Enrique Duarte, que pensaba aprovechar el fin de semana para tratar con Francisco sobre un préstamo que éste quería con fines de mejorar su plantel.
Al día siguiente, sábado, todos desayunaron y comentaron sus respectivas actividades, alrededor de una mesa donde figuraban ingredientes para todos los gustos: café, té, leche, yogur, cereales, jugo, queso, fiambre, y panecillos recién horneados. Luego César anunció que iba a ir al pueblo en una de las dos camionetas de la estancia para recoger el correo, como hacía todos los días, con excepción de los domingos. Luis pidió para acompañarlo porque, según dijo, tenía un amigo policía en la capital que le había encargado saludos para el comisario. Francisco salió con Carlos y Enrique en la otra camioneta para darles un recorrido por la estancia. Las mujeres se quedaron en la casa para ponerse al día después de tanto tiempo sin verse.
En el pueblo, Luis y Cesar fueron hasta la comisaría, donde Luis fue presentado al comisario, a quien entregó los saludos que le habían encomendado. Luego ambos fueron a la estafeta y Luis quedó en la vereda en tanto que César entró a buscar las cartas. Estaba allí observando las casas y la gente, cuando pasó un individuo barbudo y desaliñado, quien se paró frente a él y con un fuerte aliento a alcohol, le dijo:
–Usted no es de aquí. Tenga cuidado porque aquí la gente esconde debajo de los árboles los secretos que no quiere que los demás vean.
Sin decir otra palabra siguió su camino tambaleándose, al mismo tiempo que César salía de la estafeta de correos.
–Veo que ya ha conocido a don Pipo –comentó.
–¿Don Pipo? ¿Quién es?
–El borracho del pueblo. Su nombre es Eduardo Gómez, pero le decimos "don Pipo" por su afición al trago. Vive en una casucha rio arriba, pero anda todo el tiempo vagando por el pueblo y por el campo. Su hija vive en el pueblo y su nieta trabaja en la estancia.
Cuando volvieron a la estancia, se les acercó una de las mujeres de limpieza, muy agitada.
–Don César –dijo– no encuentro a Marta. La he buscado por todas partes y no aparece. La caballeriza, donde ella tendría que estar limpiando, está cerrada y el portón trancado, así que no puedo entrar. Y don Francisco anda por ahí con sus amigos, y la señora me dijo que no la moleste, así que ya no sé que hacer.
–Esperá un momento que voy a dejar las cartas y ya vamos para allá –contestó César.
Tomó las cartas, entró en la casa, y cuando salió comenzó a revolver las cosas que llevaba en la camioneta hasta encontrar una barreta, y con ella en la mano se dirigió, seguido por Luis, hasta el establo donde se guardaban los caballos con los que los Vilavedra practicaban equitación. Como había dicho la empleada, el portón estaba trancado, pero César haciendo fuerza con la barreta consiguió abrirlo. Cuando entraron, encontraron el cadáver de una mujer joven tirado boca abajo en el suelo. César lo dio vuelta y dijo:
–Es Marta Gómez. Parece que fue ahorcada. Tiene todavía una soga alrededor del cuello.
Volvieron a la casa y en la sala encontraron a Elisa leyendo una revista.
–¿Dónde está la señora? -preguntó César.
–Estaba aquí conmigo leyendo su correspondencia cuando de repente se sintió mal y fue a su habitación a acostarse un rato –fue la contestación.
Solamente quedaba esperar la vuelta de Francisco. En un momento en que los otros dos conversaban y no lo miraban, Luis recogió disimuladamente la carta que Mabel Vilavedra había estado leyendo y le dio una rápida ojeada. Decía así:
"Querida Mabel: Quería verte para charlar de nuestros viejos tiempos, pero me he enterado de que has hecho un buen matrimonio con el hijo de un acaudalado terrateniente. Como sólo estoy de paso por la capital, voy a ir el domingo a hacerte una rápida visita antes de volver al sur. Te mando un beso. Gustavo Maciel"
Cuando Francisco retornó y fue enterado de la mala noticia, dispuso que inmediatamente César fuera al pueblo a traer al comisario y avisar a la familia de la difunta. Luis, que no le perdía los pasos, fue también con él. Cuando hablaron con la sra. de Gómez, la madre de Marta, ésta dijo:
–Era seguro que iba a terminar de mala manera. Era una mala hija, desobediente, irrespetuosa, solamente le interesaban las fiestas y andar atrás de los hombres. Nunca supe de donde sacaba el dinero para comprarse la ropa que usaba y adornarse como lo hacía, porque era evidente que con su sueldo no le iba a alcanzar para eso.
Mirta, la hermana menor de Marta, no se perdía una palabra de la conversación, y cuando los dos hombres salieron de la casa, salió también corriendo y detuvo a Luis antes de que subiera a la camioneta donde César ya estaba atrás del volante.
–Yo sé de dónde sacaba el dinero. –dijo– El abuelo le había contado algo que había visto en sus vagabundeos y que gente muy rica no quería que se sepa. Marta aprovechó eso y les hizo pagar su silencio.
–¿Y qué era eso que no se debía saber?
–Nunca me quiso decir –contestó Mirta, rencorosamente, mientras volvía a su casa.
Cuando fueron a buscar al comisario, éste les contó que esa misma mañana habían encontrado a don Pipo ahogado en el río, presumiblemente por haberse caído al mismo durante sus paseos debido a los efectos del alcohol. Una vez en el lugar del crimen, el comisario no pudo hacer otra cosa que confirmar lo ya sabido: que había sido ahorcada con una soga, y llevarse el cuerpo para entregarlo a la familia. Ningún indicio pudo hallar que apuntara al responsable del femicidio.
En el almuerzo de ese día, estuvo ausente la dueña de casa, la cual, explicó el marido, iba a comer en su habitación porque no se sentía bien. A la tarde, Luis fue a visitar a la sra. de Gorostiaga, con el pretexto de enterarse de la historia de la estancia. Una cosa que le llamó la atención fue la falta de fotos familiares. Generalmente, cuando una mujer va a vivir en una nueva casa, una de las primeras cosas que hace es llenar todo lugar disponible con fotos de su marido, sus hijos, sus nietos, etc. Cuando le hizo notar este detalle a la sra. de Gorostiaga, ésta le contestó:
–Lo pasado, pisado. Mi marido y mi hijo ya están muertos y no tengo nietos. ¿Para qué acordarse de cosas que ya no existen?
Esa noche, durante la cena, Mabel se mostró muy nerviosa y abstraída, y su semblante confirmó que algo la preocupaba. Jugaron un rato a las cartas, aunque Mabel pidió que la disculparan, y luego fueron todos a dormir. A la mañana siguiente, después del desayuno, Luis pidió que le dejaran usar una camioneta para ir hasta el pueblo, y una vez allí se dirigió a la comisaría, donde habló largo rato con el comisario. Luego pidió permiso para usar el teléfono e hizo varias llamadas a la capital. Cuando volvió a la estancia, venía detrás de él el comisario en su camioneta. César, por su lado, había ido con la otra camioneta a la estación para buscar al visitante inesperado, Gustavo Maciel.
El comisario pidió a Francisco que él, su mujer, y sus invitados se reunieran en la sala porque tenía algo que comunicarles. Cuando Francisco fue a traer a su esposa, volvió diciendo que no la encontraba y que le había pedido al personal que la busquen. Cuando todos, menos Mabel, estuvieron reunidos, el comisario llevó aparte a Luis y luego de hablar brevemente, le cedió la palabra, aduciendo que tenía que retirarse brevemente por un asunto de su trabajo. Lo que dijo Luis fue lo siguiente:
–Aquí ha ocurrido obviamente un crimen. Y probablemente dos más. Aunque yo no pertenezco a la policía, tengo mis conexiones con ella, que más de una vez me han proporcionado temas para mis novelas. Así que voy a tratar de interpretar lo que ha pasado. Francisco y Mabel no están aquí por casualidad. Están porque Francisco en realidad no se llama Vilavedra. Su verdadero nombre es Francisco Gorostiaga. Y esto es así porque es el hijo del anterior propietario de la estancia. Verán, cuando Francisco compró la estancia, lo que estaba comprando a precio de oferta era la estancia de su padre. Cuando Francisco vio que su padre estaba dilapidando su fortuna, dejó a su padre y fue a buscar trabajo en la provincia de Buenos Aires. Allí lo encontró en una estancia cuyo propietario tenía dos hijas llamadas Mabel y Luisa. Esto me lo han informado gente del ambiente ganadero que lo conoció trabajando para el padre de Mabel. Cuando el padre de Mabel murió de un infarto, sus hijas heredaron su fortuna. Mientras tanto, Francisco había conquistado a Mabel y la convenció de casarse y de comprar la estancia familiar que había salido a remate. Francisco se cambió el nombre para simular que el dinero provenía de un acaudalado estanciero de quien era el hijo. Pero la herencia de Mabel no alcanzaba; necesitaban también la de Luisa. Así que entregaron lo que pudo aportar Mabel, con el compromiso de pagar el resto más adelante. Esto me lo confirmó el martillero que hizo el remate. Pero Luisa se rehusaba a entregar su parte. Así que la noche que hubo la gran tormenta, y la luz se había cortado, en medio de la oscuridad, mientras el viento hacía caer a un gran árbol, mataron a Luisa, y sepultaron su cuerpo en el hoyo que habían dejado las raíces del árbol. Dijeron que Luisa había vuelto a la capital e inventaron la historia del quincho que, dijeron, necesitaban para los asados de fin de semana. Mabel se hizo pasar por su hermana y así consiguieron pagar lo que debían. Pero había algo que ellos no sabían: el viejo Gómez que justamente andaba deambulando por ahí, los vio cuando se deshacían del cuerpo de Luisa. Eso se enteraron después cuando don Pipo contó a su nieta Marta lo que había visto y ésta comenzó a chantajearlos. Entonces decidieron eliminarlos a los dos.
–¡Eso son todas invenciones de su mente de novelista! –gritó Francisco al tiempo que se levantaba violentamente de su silla– ¿Y mi esposa donde está, me puede decir? ¿Y porque desapareció?
–Su esposa no desapareció –contestó Francisco– Se escondió entre los turistas del camping porque el amigo que César fue a buscar a la estación lo conoció a Ud. cuando era empleado del padre de ella e iba a descubrir su verdadera identidad, que su madre Laura Gorostiaga trató de ocultar eliminando de su nueva casa todas las fotos familiares que lo podían delatar. Pero no se preocupe, ya la están trayendo.
Efectivamente, en esos momentos llegaba a la estancia el comisario trayendo a la mujer que hasta entonces habían conocido como Mabel Vilavedra, vestida con ropa adecuada a la vida de campamento. Poco después arribaba César con un hombre que se presentó como Gustavo Maciel y confirmó lo que Luis había dicho.
–En conclusión –terminó Luis Aquino– después que mataron a Marta en la caballeriza trancaron el portón para que nadie la encontrara, mientras pensaban como deshacerse del cuerpo, pero no contaban con la dedicación que César pone en cumplir con sus tareas. Y si excavan los cimientos del quincho, casi seguramente se van a encontrar los restos que queden de la infeliz Luisa. En cuanto a don Pipo, es muy probable que lo hayan hecho caer al rio, calculando que todo el mundo lo iba a atribuir a los efectos de la borrachera.
Esa tarde Luis tomó el tren que lo llevaría de vuelta a la capital, meditando que no había sido tan divertido como esperaba el fin de semana que le había tocado pasar.
– FIN –
Reparto
Francisco Vilavedra -- El dueño de la estancia. Maneja la estancia porque aprendió en la estancia del padre quien le prestó el dinero para comprar la estancia.
Mabel Vilavedra -- La esposa del dueño de la estancia. Dama de la sociedad terrateniente de la provincia.
César Ojeda -- El secretario. Vive con ellos
Invitados:
Carlos y Elisa Quiroz -- Una pareja, amigos de la dueña y recién llegada de Europa, donde estuvieron dos años. Querían conocer al escritor y le dijeron a la dueña que lo invite.
Enrique Duarte -- Un banquero que aprovecha el fin de semana para tratar de un crédito solicitado por Francisco Vilavedra.
Luis Aquino -- Un escritor de novelas policiales
Laura Gorostiaga -- La antigua dueña de la estancia. Vive en lo que era la casa del capataz.
Marta Gomez -- Una empleada doméstica (asesinada)
Mirta Gomez -- Una adolescente hermana de la anterior.
Eduardo Gomez (don Pipo) -- Un viejo borrachín - abuelo de las anteriores (asesinado) - vive en una casucha aguas arriba del pueblo.
Sra. de Gomez -- madre de Marta y Mirta. Hija de Eduardo.
Gustavo Maciel -- un amigo de Mabel Vilavedra que inesperadamente anuncia su llegada.