El jarrón de la abuela
Esta es la historia de un chico llamado Pedro que tenía dos padres que lo querían como la mayoría de los padres quieren a sus hijos, salvo cuando hacen alguna travesura. En esos casos el amor maternal queda a un lado y aparece la furia maternal. En esa época la madre se quedaba en la casa, ocupándose de las tareas domésticas y del cuidado y la educación de los hijos, mientras el padre trabajaba para mantener a la familia.
Para su cumpleaños el padre le dio a Pedrito de regalo una pelota. Pero no tuvo en cuenta que Pedrito era un fanático del futbol que no se perdía ninguno de los partidos que pasaban por la televisión. Desde que tuvo la pelota, si no tenía otra ocupación, Pedrito no hacía más que tratar de reproducir las jugadas que había visto a sus ídolos hacer en la pantalla. Y cualquier lugar era bueno para eso, hasta el comedor de la casa.
En el comedor, colocado en lugar preferencial, había un jarrón: el jarrón de la abuela. Esta pieza para Pedrito era solamente un jarrón, no diferente de tantos que había por ahí, pero para su madre era un objeto invalorable que había pasado de generación en generación. Como tenía que ocurrir tarde o temprano, un día que Pedrito estaba jugando en el comedor la pelota fue a dar en el jarrón y lo tiró al suelo, donde se hizo añicos. Cuando su madre vio los pedazos del jarrón en el piso, explotó de furia. En ese momento solamente quería ponerle las manos encima a Pedrito para hacerle pagar bien caro el desastre que había hecho.
– ¡Vení acá! ¡Te voy a matar! ¡Mirá lo que hiciste! – gritaba.
Pedrito, que era travieso pero no tonto, viendo la paliza que se avecinaba, salió corriendo y no paró hasta la última pieza de la casa. Allí había una cama y Pedrito no dudó en meterse debajo de ella. La madre, que era algo entrada en carnes, obesa digamos, no podía agacharse para sacarlo de ahí, pero gritaba:
– ¡Salí de allí! ¡Vas a ver lo que te voy a dar!
Como Pedrito ni loco iba a salir, su madre no pudo hacer más que amenazarlo.
– ¿No querés salir? ¡Ya vas a ver lo que te espera cuando tengas hambre!
Y salió todavía enfurecida, dejando la pelota y los restos del jarrón como estaban, a la espera de que volviera su marido. Cuando éste volvió, cansado de trabajar y esperando una amable bienvenida, lo que encontró fue una esposa que, sin más preámbulos, le espetó:
– ¡Mirá lo que hizo tu hijo! – porque cuando los hijos hacen algún desastre siempre son del papá; cuando hacen algo bien, siempre son de la mamá.
A continuación le largó toda la historia a su pasmado esposo. El padre, viendo lo grave que estaba el asunto, trató de tranquilizarla y le aseguró que él se iba a encargar de sacarlo. Se fue para la pieza del fondo con la esperanza de convencer a Pedrito que saliera de abajo de la cama y la intención, si lo hacía, de salvarlo de la paliza que tenía prometida. Se echó de panza al lado de la cama para hablar con su hijo, y éste entonces le dijo:
– ¿A vos también te quiere pegar mamá?