El espigón
Era de noche cuando bajé a la playa. No me costó mucho hacerlo dado que, si bien mi casa está construida sobre un promontorio, una escalera desciende de ella hacia la playa. Me resultaba difícil esa noche conciliar el sueño. Las ideas daban vueltas y vueltas en mi cabeza, impidiendo que mis ojos se cerraran. Una mujer que consideraba una buena amiga me había hecho durante el día acusaciones de las que parecía que no se iba a retractar fácilmente y que, desde mi punto de vista, eran injustas. Dijo que no la había apoyado cuando lo necesitaba y agregó: "Nunca me voy a olvidar de esto". Eso me molestó mucho porque ella no trataba de comprender mi situación, y como resultado iba a perder una amiga con la que me llevaba muy bien, casi diría la única amiga verdadera que tenía. Mi mente funcionaba a tope, tratando de halla una solución a esta situación.
Como no podía dormir, decidí ir a caminar un poco por la playa. Tal vez se me ocurriera una idea, o al menos me tranquilizara lo suficiente para poder dormir. La luna brillaba espléndidamente, aunque algunas nubes vagaban por el cielo. Una leve brisa incitaba al mar a formar pequeñas olas que lamían la arena de la playa. Todo era tranquilidad, hasta que, a poco de caminar, me pareció sentir unos pasos que seguían los míos. Me paré para escuchar y no, no se sentía nada más que el rumor de las olas del mar. Reanudé mi caminata y de nuevo, ese sonido como de alguien o algo que me siguiera. Me paré y me di vuelta para ver si veía algo y justo en ese momento unas nubes cubrieron la luna dejando todo en una semioscuridad que no permitía ver con claridad.
Aceleré mis pasos y el ruido detrás de mí también se aceleró. Me comencé a inquietar. ¿Qué era lo que me seguía? No lo podía verlo pero lo escuchaba. Mi corazón latía de prisa. Comencé a transpirar y el pavor me invadió. Eché a correr. En la noche ahora oscurecida por las nubes, podía sentir que algo me seguía, estaba seguro. Corrí y corrí hasta que me faltó la respiración. Por suerte divisé un espigón que se internaba en el mar y que tenía un farol en su extremo. Si conseguía llegar hasta él y correr hasta el farol, podría ver qué me seguía y defenderme de alguna manera. Pero por otro lado, si quedaba acorralado en el extremo del espigón, no tendría forma de salir de ahí más que arrojándome al mar. Como no soy buen nadador, lo más probable era que me ahogara. Al miedo por ser perseguido se agregó el miedo a morir ahogado, pero decidí intentarlo de todos modos.
Llegué al espigón y corrí por él hasta que me dolió el pecho, mientras no dejaba de escuchar detrás el ruido de alguien que corría a la par de mí. Cuando llegué al farol, paré y di media vuelta. No tenía más dónde ir. Un bulto venía corriendo por el espigón. Cuando finalmente llegó al círculo de luz del farol, ¡qué alivio! ¡Era mi perro Bubby, que no puede estar lejos de su amo! ¡Quién sabe cómo se habría escapado! Se echó sobre mí y lo abracé. Luego volvimos hasta la casa caminando lentamente. El resto de la noche pasó sin sentirlo porque dormí profundamente, agotado por la corrida.