El aparecido
Dos hombres venían caminando por un camino rural rumbo a un pueblo donde ambos, personas de edad mayor, vivían desde hacía muchos años. Sus cabellos ya eran canosos y sus ropas bastante usadas, pero adecuadas para un ambiente donde nada exigía ir vestido con ropas flamantes o a la última moda. Su paso era pausado y adecuado a lo que sus viejas piernas podían permitirles sin llegar a cansarse. Usaban sombreros maltratados por la intemperie, pero indispensables para quienes pasaban mucha parte de su tiempo al aire libre. Sus zapatos, de recia suela, les permitían pisar con confianza el camino que recorrían.
Para hacer más ameno el recorrido conversaban acerca de personas que habían conocido tiempo atrás y recordaban anécdotas de los viejos tiempos. Algunas de esas personas ya no estaban vivas porque los años fueron cobrando sus cuotas de desapariciones y nuestros dos hombres también sabían que su momento se aproximaba. Sin embargo, el tiempo que llevaban de vida les había dado la sabiduría necesaria para encarar con tranquilidad lo por venir y para recordar sin pasiones las alternativas por las que habían pasado.
Venían entonces conversando tranquilamente, sin temores ni rencores, hablando de temas que tal vez ya los habían recorrido exhaustivamente en otras oportunidades, pero disfrutando al volver a recordarlos y explorando enfoques que habían antes ignorado.
--¿Vos crees en los aparecidos?
--¿Qué es para vos un aparecido?
--Cuando vos ves, o crees ver, a una persona que ya no vive más.
--Y... hay gente que dice haberlos vistos. A mí nunca me pasó, pero hay gente que dice que sí.
--En nuestra escuela algunos decían que habían visto el fantasma de alguien que había vivido allí.
--Y sí. La escuela era muy vieja. Fue la primera escuela del pueblo. Cuando nosotros fuimos ya no pasaba eso, pero a mí me contaron que en los primeros tiempos para conseguir que tuviera un maestro le dejaban que viva en la escuela. Y capaz que el fantasma de algún maestro habrá quedado allí.
--¿Te acordás de Ricardo?
--¿Cuál Ricardo? ¿El que fue nuestro compañero?
--Sí, ése. Bueno, él creía en esa historia del aparecido. Él pensaba que la gente se podía aparecer después de muerta.
--Bueno, a mí siempre me pareció algo raro, como que algo le fallaba.
--Sea como sea, él estaba convencido de que la gente ya muerta se le puede aparecer a los vivos. Tal vez no como persona, como un animal a lo mejor, o haciendo que pase alguna cosa rara sin explicación.
--Bueno, Ricardo ya hace como diez años que está muerto, y que yo sepa hasta ahora no se le apareció a nadie --dijo con una risita incrédula.
--Si, ¿no? A mí una vez me dijo que iba a venir a darnos un susto después de que se muriera.
--La verdad es que ya tuvo tiempo de hacerlo si es que iba a aparecer. Capaz que eran todo macanas de él, nomás.
En ese momento, sin que se pudiera decir de dónde había salido porque el camino atravesaba un páramo sin árboles a los costados ni ninguna otra cosa que pudiera haberlo escondido, un gran pájaro negro voló por encima de ellos y empezó a dar vueltas alrededor de los dos hombres como si hubiera algo en ellos que lo atraía. Por supuesto que se asustaron, pensando que era un ave de rapiña que los atacaba. Trataron de espantarlo, gritando y agitando los brazos, pero no hubo caso. El pájaro no se separaba de ellos y parecía que quería empujarlos fuera del camino. Finalmente, el temor los invadió y a las corridas, y a los saltos, trataron de huir a campo traviesa. Cuando lo hicieron, el pájaro desapareció tan misteriosamente como había venido. No bien ocurrió esto, un auto pasó por el camino corriendo desenfrenadamente como si estuviera en una carrera y se perdió en la lejanía, dejando atrás una nube de polvo. Los dos hombres quedaron en la banquina, estupefactos, viendo como el auto se alejaba.
--Nos salvamos de milagro --dijo uno.
--Sí, si no salíamos del camino nos atropellaba --dijo el otro.
--Gracias al pájaro ese nos salvamos. ¡Qué cosa más rara!
--Sí, muy rara. ¿Y si en una de esas era un aparecido?
--Capaz que era Ricardo que nos salvó de que nos mataran.
--Mirá, por las dudas no se lo cuentes a nadie.
Y, sin cruzar una palabra más, siguieron su camino.