El ahorcado
Estaba fumando mi pipa mientras miraba por la ventana el paisaje de árboles desnudos de sus hojas y el suelo cubierto de nieve. Las ramas formaban un negro dibujo sobre el blanco de la nieve. Unos golpes en la puerta me obligaron a levantarme de mi sillón favorito. Había elegido ese retiro en la montaña pensando que nadie me molestaría ahí, pero por lo visto alguien quería verme. Abrí la puerta y me encontré con un hombre de barba entrecana, quien me dijo:
–Buenos días. Perdone la molestia. Soy Argüello, el comisario del pueblo.
–Sí, ¿qué necesita?
–Disculpe, pero me han dicho que en la capital ha trabajado algunas veces con la policía.
–Así es, en efecto.
–Mire, tenemos un caso aquí que nos gustaría consultarlo con usted.
–Dígame.
–Hemos encontrado hoy un hombre ahorcado por una soga colgada de un árbol. Y, la verdad, no parece ser un caso de suicidio. Si usted puede, me gustaría que me acompañe al lugar para ver que le parece.
–Como no. Espere un momento.
Me puse mi abrigo y fui con el comisario en su vehículo. En el camino, encontramos efectivamente a un hombre ahorcado colgando de un árbol. Examiné el terreno circundante y le dije:
–Aquí hay huellas de caballos. Dos de ellos. Han venido al paso hasta aquí y luego han emprendido un trote. ¿Sabe quien es este hombre?
–Sí, es Juan Cevallos. Vivía por aquí cerca. Solo, no tenía pareja. Encontramos su caballo suelto, no muy lejos de aquí.
–Ajá, ¿y quien más vive por las cercanías?
–Pablo Ramirez es el vecino más cercano. Está casado, la mujer es joven, no tiene más de treinta años. Algunos me han dicho que le gusta divertirse.
–Vamos a ver las casas de ambos.
Fuimos a la casa de Cevallos y todo lo que encontramos coincidía con la imagen de un hombre soltero que se arreglaba por sus cuentas. Luego fuimos a lo de Ramirez y lo encontramos en su casa. Cuando preguntamos por su mujer, nos dijo que se había ido a visitar a una hermana que estaba enferma. Las cosas de su casa mostraban cierto desorden, como si hubiera habido allí una pelea. Le pedía que me dejara ver su caballo, y aunque renuente, accedió por la presencia del comisario. El caballo mostraba signos de haber salido ese día. Sus herraduras coincidían con las huellas que había visto en el camino. Le dije al comisario:
–Arreste a este hombre.
–Pero...
–Arréstelo. Después hablaremos.
Un poco desconfiado, hizo lo que le pedía. Volvimos a la casa y llevé a cabo un minucioso registro. Encontré un rebenque que tenía restos de sangre en su mango, grueso y pesado. Fuimos con el detenido hasta la comisaria y una vez que estuvo en su celda, le expliqué al comisario.
–Cevallos debe haber sido tentado por la mujer del vecino, que algunas veces pasa días fuera de su casa. Algo debe haber pasado entre los dos. Cuando Ramirez se enteró de esto, tuvo una discusión con su mujer, la que decidió irse de la casa. Ramirez, enfurecido, se propuso vengarse del que había sido la causa de que se fuera su esposa, y fue a su casa, simulando una visita de cortesía. En cuanto Cevallos le dio la espalda, lo dejó inconsciente con un golpe del mango de su rebenque. Luego ensilló el caballo de Cevallos, ató las riendas a su propia montura y fueron al paso hasta el bosque. Allí colgó una soga de un árbol y lo ahorcó para simular un suicidio. Luego espantó al caballo de Cevallos y se alejó al trote. Déjelo unos días encerrado y va a confesar todo.
Efectivamente, a los dos días de estar en la celda, Ramirez confesó que las cosas habían ocurrido como yo lo dije.