Dos ciegos y un niño
Todavía no llegaba la noche pero para la persona de que vamos a hablar eso no significaba nada. Su obscuridad no provenía del ocultamiento del sol, porque Alberto era ciego desde que un accidente le había quitado la vista. El mismo accidente lo había dejado postrado en cama sin posibilidad de caminar. Solamente podía trasladarse cuando una persona suficientemente robusta lo levantaba para colocarlo en la silla de ruedas, lo cual estaba reservado para las ocasiones en que debía ir al banco o a la consulta médica. Todos los días venía una enfermera que lo ayudaba en sus necesidades, lo higienizaba y le administraba sus comidas. Ese día esperaba la visita de un amigo, Hugo. Se habían conocido durante las primeras etapas de sus su ceguera, cuando había concurrido al Instituto donde le enseñaron cómo manejarse en su nueva situación. Esa época había sido muy angustiante porque el estar todo el tiempo tendido en la cama en la oscuridad hacía que el tiempo le pareciera interminable. La concurrencia al Instituto aliviaba esa monotonía y allí le enseñaron como usar un reproductor para escuchar audiolibros, con lo que mejoró su situación.
Hugo podía caminar por su cuenta con la ayuda de un bastón con el que tanteaba el camino, por lo que cuando se le hacía intolerable pasar el tiempo en su casa, prontamente tomaba su bastón y salía a la calle en busca de un plaza donde sentarse con gente a su alrededor. A veces venía gente que se sentaba a su lado y conversaba, con lo que el tiempo se le hacía más corto. A las siete de la tarde puntualmente golpearon la puerta y la enfermera hizo pasar a Hugo y su bastón. Venía acompañado de un niño vestido con ropas andrajosas y con un libro en la mano. La enfermera describió a Alberto el niño, sin omitir el detalle de que no tenía ningún diente, y luego se retiró a preparar algún alimento para dárselo. Hugo contó que lo había encontrado pidiendo limosna en la calle y decidió llevarlo consigo para tratar de encontrar una familia que lo adoptara.
Lucy, la enfermera, trajo lo que había preparado y se unió a la conversación, siendo enterada de la causa de la aparición del niño, de nombre Jorge. Preguntaron a Jorge porqué llevaba un libro, y explicó que era lo único que había conservado de sus padres, que habían muerto en la última inundación. En lo tocante al tema de la adopción, Lucy dijo que ella conocía a una persona que vivía cerca y que podía encargarse de Jorge. Esta propuesta fue recibida con resistencia por parte de los hombres cuando se enteraron que la persona en cuestión era una prostituta. Finalmente aceptaron cuando Lucy insistió en que Adela, tal era su nombre, era una buena persona, y que a veces las prostitutas quedaban embarazadas y criaban a sus hijos como cualquier otra persona. Decidieron que Lucy tratará de hacer venir a Adela si la encontraba en su casa. Los dos hombres quedaron conversando con el niño, quien les contó cómo había perdido sus dientes.
Al volver Lucy con Adela resultó ser una persona joven quien reconoció no ser muy agraciada. Los dos ciegos le expusieron la situación y le pidieron su parecer. Aunque no podían verla, sí podían escucharla y por sus respuestas y su forma de hablar, les pareció una persona honesta, por lo que estuvieron de acuerdo en entregarle al niño, a lo que accedió con gozo. Quedaron todavía un rato conversando sobre lo distinto que era el paso del tiempo para una persona postrada, para alguien que aunque ciego podía caminar y para alguien que hacía la calle para ganarse la vida: tres perspectivas diferentes sobre el correr de las horas.