De vacaciones
En el décimo piso de un edificio de la Novena Avenida en Manhattan, mi jefe y yo hablábamos a través de un gran escritorio cubierto de pilas de papeles y objetos que recordaban éxitos pasados, sin que faltaran retratos de la familia y de viejos amigos. Mi jefe dirige una importante y conocida revista fundada en 1925, muy leída entre los intelectuales universitarios, que publica periodismo, comentarios, crítica, ensayos, ficción, sátira, caricaturas y poesía. Yo acababa de volver del Oriente Medio, después de varios meses haciendo periodismo investigativo sobre una denuncia de que el accionar de las compañías petrolíferas que operaban en la zona tenía serias consecuencias para la vida de las personas que habitaban ahí. Mi objetivo en ese momento era convencer a mi jefe de que me había ganado unas vacaciones, aunque ello implicara que no me vieran por unas semanas en las oficinas de la revista. Finalmente conseguí su aprobación a regañadientes, porque no le agradaba tener que prescindir de uno de sus reporteros más cotizados.
Por fin iba a poder cumplir una ambición que tenía desde hacía mucho tiempo: pescar en los cayos de la Florida y visitar la casa de Hemingway en Cayo Hueso, nombre en español de la isla Key West y la ciudad homónima. Alentaba ese deseo desde que vi el clásico film de Humphrey Bogart, Key Largo, y estas vacaciones me iban a permitir satisfacer mi afición por la pesca marítima y visitar la residencia de otro aficionado, el autor de "El viejo y el mar", quien fue uno de mis inspiradores como escritor. De manera que rápidamente compré el pasaje de avión e hice mis maletas antes de que el jefe se arrepintiera. En el avión que me llevó a la Florida, tuve una interesante charla con mi compañero de asiento. Luego de haberse enterado del motivo de mi viaje, me compartió la historia que voy a narrar tal como él me la contó.
"Yo estuve casado con una mujer que conocí en Florida. Soy vendedor de seguros y una vez, hace tiempo, la compañía para la cual trabajo me premió por mi rendimiento regalándome una semana de vacaciones en Miami. Me hospedaba en un hotel sobre la playa South Beach, la más famosa de la ciudad, entre las calles 5 y 15. Iba todos los días a la playa, ansioso por sacarle el mayor provecho al regalo que me habían hecho. Uno de esos días, vi en una reposera cerca de mí una mujer que me fascinó. Era el tipo de mujer que siempre me atrajo: un cuerpo perfecto, delgada pero con todas las curvas necesarias, llevaba una bikini blanca cubierta con algo que parecía una red y que dejaba ver su piel bronceada. Tenía una larga cabellera que le llegaba hasta la cintura. Envalentonado por estar en un lugar que no era el mío habitual y donde nadie me conocía, me acerqué y entablé conversación. Me respondió muy amablemente e incluso me dijo cuál era el hotel donde paraba y accedió a que la buscara para salir los pocos días que me quedaban de mi estadía."
"Se dio la casualidad de que fuera de Nueva York, como yo, lo que ambos consideramos como un gesto del destino, así que quedamos en seguir viéndonos cuando volviéramos a la Gran Manzana. Por supuesto que no desaproveché esa oportunidad, porque esa mujer me volvió loco. No hacía más que pensar en ella. Salimos unas semanas, y me enteré que era profesora de danza y que también hacía modelaje para una casa de ropas, para lo cual tenía el físico perfecto. Realmente parecía que la suerte nos hubiera juntado, porque teníamos muchos rasgos en común, aunque yo nunca tuve relación con el mundo de la danza y de las modelos. Pensar en los hombres que podía encontrar en sus exhibiciones de baile y en los desfiles de modas, me hacía perder el sueño pensando qué podía ver en un prosaico vendedor de seguros. Aterrorizado porque otro hombre con mejores cualidades me la pudiera quitar, ni bien me pareció oportuno, con gran inseguridad le propuse matrimonio, a lo cual para mi sorpresa accedió."
"Durante un año convivimos en mi modesto departamento, el cuál traté de equipar con todo lo que ella consideraba necesario para su comodidad. La acompañaba a los eventos en los que participaba, la llevaba y la traía cuando daba clases, hacía todo lo que se me podía ocurrir para que no tuviera quejas de mí. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que había cosas que estaban fuera de mi alcance. Ciertas conductas que al principio me parecieron encantadoras, resultaron ser signos de una gran vanidad. Siempre quería sobresalir, ser la más destacada, y era notorio que tenía grandes ambiciones que yo no podía satisfacer. Ser la esposa de alguien que se ganaba la vida vendiendo seguros por una comisión, no era lo adecuado en el mundo al que ella quería acceder. Finalmente, conoció un hombre que le prometió que la iba a llevar a Europa y la iba a presentar en las grandes casas de costura. Al poco tiempo me pidió el divorcio para, según dijo, ser libre y poder perseguir sus sueños."
Esa fue la historia que me contó aquel hombre que el azar puso a mi lado en el avión, y que hizo que, cuando hube llegado a Key West, pusiera mi empeño en disfrutar de mis excursiones de pesca y me rehusara a alternar con las mujeres que en la playa tomaban sol exhibiendo sus cuerpos esculturales. Sigo saliendo con mujeres cuando mi trabajo me lo permite, pero pongo mucho cuidado en averiguar bien cuáles son sus ambiciones antes de hacerme ilusiones indebidas.