Cuento de fantasmas
La noche se cernía sobre mi rincón del planeta. Encerrado en mi estudio, escuchando solamente el crepitar de los leños en la chimenea, nada podía ver más allá de los vidrios de la ventana. La oscuridad envolvía la casa mientras trataba de terminar una carta que estaba escribiendo a un amigo. Se me estaba haciendo difícil porque no quería darle a mi amigo motivos de preocupación y me costaba escribir sin dejar que se notaran los problemas que estaba teniendo. Mi salud últimamente estaba bastante quebrantada; accesos de fiebre y de debilidad me hacían pensar si no estaría atacado por alguna de las pestes que parece que se deleitan en arrasar nuestro país. Hacía un año que había terminado una epidemia que nos había tenido a todos encerrados en nuestras casas y haciéndonos vacunar para sobrevivir, y ya otra epidemia atacaba a uno y a otro de mis conocidos y amigos, y parecía que ahora también a mí. Entre esto y el clima, que traía lluvias casi todos los días, y que cuando no llovía, no dejaba ver el sol por estar tapado por las nubes, el resultado era que hacía como una semana que no salía de casa.
Esta situación me tenía con los nervios de punta, estando acostumbrado a salir todos los días y caminar bajo el rayo del sol y en medio de la naturaleza, ya que mi casa estaba ubicada cerca de una arboleda y a unos veinte minutos de caminata del pueblo, al que debía ir para cualquier diligencia y para adquirir los insumos mínimos indispensables para subsistir. Pero al sol hacía días que no lo veía y el camino estaba hecho barro por la lluvia. Como ya se me acababan las provisiones, no iba a tener más remedio que salir con un paraguas y botas de goma a chapalear en el barro. Estos problemas: el clima, la salud, eran los que me esforzaba porque no se filtraran en la carta, y mientras pensaba de qué cosa positiva y alegre escribir, me pareció escuchar un golpe en la ventana.
Miré hacia ahí, y sí, a través del vidrio se veía la figura de un hombre con el trasfondo de la oscuridad de la noche. Me levanté y me acerqué a la ventana. Volvió a golpear el vidrio e hizo unos gestos como indicando que abriera. La verdad es que no las tenía todas conmigo. Una noche lluviosa, una casa fuera del pueblo, y una persona desconocida golpeando en la ventana, no eran cosas como para estar tranquilo. Finalmente pensé: "A lo mejor es alguien que estaba circulando por el camino y se quedó empantanado. Pobre, debe estar desesperado. Habrá visto la luz y por eso vino hasta aquí." Abrí con precaución una hoja de la ventana, reteniéndola con la mano por si quería forzar la entrada. Me habló sumamente excitado.
– ¡Venga, venga! ¡Salga! ¡Tengo algo muy importante que mostrarle!
La cosa se estaba poniendo complicada. Ahora me pedía que saliera. Y esa excitación... ¡hummm! Fui hasta la puerta de entrada, la abrí y salí al porche, pero antes me puse una capa de lluvia y tomé la escopeta que uso para cazar. Inmediatamente que salí cerré la puerta por si quería entrar. Una vez afuera lo pude ver con más claridad. Su ropa era muy extraña; parecía un disfraz de esos que se usan cuando se hace un desfile histórico. Daba la impresión de ser un personaje de esos que uno ve en los cuadros de un museo, que vivieron hace más de cien años. A sus pies, en el suelo, había un candil que también parecía de esa época, con vidrios que protegen una llama interior. Tomó el candil y levantándolo, repitió:
– ¡Venga, venga! – mientras, sin esperar mi respuesta, enfilaba hacia los árboles.
Ya entregado a la situación, lo seguí con la escopeta en la mano, mientras la lluvia caía sobre los dos. Nos adentramos en la arboleda y caminamos hasta que se detuvo, con una mano levantada sosteniendo el candil, en la clásica pose que hemos visto en tantos cuadros y esculturas.
– ¡Mire! ¡Esto es para usted! ¡Trate de aprovecharlo, yo ya no puedo!
Me adelanté para ver qué era lo que alumbraba. Se trataba de un hoyo en el suelo, en el fondo de cual se entreveía un arca de los que usaban para sus viajes nuestros antepasados. En cuanto pude ver eso, se hizo la oscuridad, y cuando me di vuelta el hombre y su candil habían desaparecido. En medio de la noche rehíce el camino hasta mi casa, ayudado por algún relámpago que de vez en cuando me permitía orientarme.
A la mañana siguiente, cuando la lluvia había parado y bajo la impresión de haber tenido un sueño alucinante, me encaminé hasta el bosque y di vueltas y vueltas hasta que encontré el hoyo que había visto a la noche, constatando así que no era un sueño lo que me había ocurrido. No quise pedir ayuda a nadie hasta saber el contenido del arca, así que con una pala, unas cuerdas y mucho esfuerzo, conseguí sacarla del hoyo y luego con una carretilla, llevarla hasta mi casa.
Cuando pude abrir el arca, encontré que contenía alhajas y monedas de oro y plata en cantidad como para no tener necesidades económicas por el resto de mi vida. Averiguando discretamente entre la gente del pueblo, que está situado cerca de la costa del mar, pude saber que había una vieja leyenda de un pirata que había muerto en una batalla naval y que había dejado enterrado un tesoro que nunca se pudo encontrar. No puedo dejar de pensar que su espíritu vino desde el Mas Allá para conseguir que su tesoro fuera de utilidad para alguien.
Desde entonces me mudé a una gran ciudad, donde es más fácil pasar desapercibido, y he ido vendiendo poco a poco las joyas y las monedas, en distintos lugares y a distintas personas, inventando historias que justifiquen su pertenencia, viajando incluso a otras localidades para evitar que se corra la voz, consiguiendo así tener un buen pasar y poder ahora estar viviendo en un lujoso penthouse, con ascensor privado, en el que estoy escribiendo esta historia que voy a publicar en forma anónima. Tal vez esto haga que a la vieja leyenda, transmitida de boca a boca, se le agregue el rumor de que el tesoro del pirata fue finalmente hallado.