Bajo la palmera
Vagaba desesperado
buscando la inspiración
que mi angustia calmara
pues mi corazón
ya no soportaba más
ni una gota de dolor.
Como un beduino
en el desierto que
su agua hubiera agotado y
no supiera en donde
encontrar una fuente
de la cual beber,
mi alma clamaba
al cielo por tranquilidad
que su atribulado devenir
al fin convirtiera en
un éxtasis de felicidad.
En medio del desierto
una palmera encontré
y sin pensarlo dije:
"¡Aquí me quedaré
aunque morirme deba
de hambre o de sed!"
Entonces me senté
y mi espalda apoyé
en el tronco de ese amigo
que al fin encontré.
Horas y días pasé
revolviendo en mi mente
lo que me había pasado.
En eso estaba cuando
un coco la palmera dejó
caer sobre mi cabeza
y la iluminación se produjo
justo al instante.
"!La culpa la tienes
tu mismo", me dije,
"por meterte con personas
que no te valoran
y que ni siquiera
te agradecen!"
Como en una película,
momentos varios pasaron
por mi cabeza en los que
hasta entonces no había
mi mente reparado.
Todos ellos tenían
un rasgo en común:
la falta de agradecimiento
que alguna persona mostraba.
Un anciano de luenga barba
canosa me dijo:
"Eso enseñan los años.
Donde no te aprecian
ni te valoran,
mas que cuando les
eres útil y necesario,
ahí no debes quedarte.
Tú eres valioso
sólo por existir, y
el que así no lo entienda,
no debe caminar a tu lado."
Desde entonces sigo
el consejo de ese hombre,
y trato de ser útil
a aquellos que me agradecen.
Varias otras son las cosas
que a las buenas personas
distinguen, y que aunque
no voy ahora a enumerarlas
deben formar parte
de la piedra de toque
que a tus relaciones
siempre debes aplicar.
Lo único lamentable es
que esto te enseñan los años
y el conocimiento llega
cuando ya tu vida
se te está acabando.