Atardecer
El sol se oculta. Sus rayos desfallecientes dibujan un perfil contra el horizonte. Ese perfil es de una mujer. Uno de sus brazos cae a su costado, mientras que con la mano del otro arregla su cabello. De lejos la contemplo y me pregunto: "¿Será esta la que me está destinada? ¿Qué pasará si me acerco?" Con temor y vacilación voy hacia ella, pero a cada paso que doy su figura se difumina más y más, hasta desaparecer por completo. "¿Que ha pasado?" -- me cuestiono. "¿Fue sólo un espejismo?" "No -- me contesto -- no existe porque no era real. Y no era real porque no la percibo. Si pudiera percibirla, existiría, sería real para mí." Y de pronto me encuentro en una disyuntiva: para poder percibirla, necesito estar cerca, y al estar cerca, desaparece. Retrocedo sobre mis pasos, me alejo, y de nuevo aparece la figura de esa mujer, a la que veo de espaldas, como si quisiera ocultarme la cara y con ella, su verdadero ser. Comprendo entonces que solamente con gran lentitud tendré que acercarme a ella, y al hacerlo ir observando con máximo detenimiento cada detalle de lo que quiera mostrarme, para poder cumplir la imposible misión de conocerla antes de conocerla. Y cuando quiera darse vuelta, y que nos encontremos frente a frente, recién ahí será una realidad, y podré emprender la aún más difícil tarea de conocer su alma.