Asesinato en Belgrano
Luis Aquino nació y se crio en la localidad de General Villegas, capital del partido del mismo nombre, ubicada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Un pueblo pequeño en aquella época, mediados del siglo XX, no había casi otra diversión para sus habitantes que concurrir a las proyecciones cinematográficas del Cine Teatro Español, único en el pueblo. Allí Luis vio en su infancia filmes conocidos hoy como "cine de culto". Al terminar la escuela primaria, y no habiendo colegio secundario en su ciudad, sus padres lo mandaron a vivir con unos tíos en Buenos Aires, quienes consiguieron que ingresara al Colegio Nacional. Siendo adolescente, su ilusión era trabajar como periodista, por lo que, una vez terminados sus estudios secundarios, ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras. En aquella época (década del 60) se consideraba que cuando una persona había tenido padres que le habían permitido completar estudios secundarios, ya estaba en condiciones de bastarse a sí mismo. De modo que tratando de cumplir sus sueños, comenzó a buscar trabajo en los periódicos de la gran urbe. No fue fácil, pero al fin consiguió un trabajo como administrativo en el diario "Crónica", el matutino fundado en 1963.
Trabajando en la administración de "Crónica" y tratando de cumplir como podía con sus obligaciones de estudiante universitario, fue poco a poco introduciéndose en el mundo del periodismo, hasta conseguir mostrar al jefe de la redacción algunos de los trabajos realizados como alumno de la Facultad, logrando finalmente convencerlo de que le asignara en forma experimental la cobertura de algunas noticias del área policial, con la promesa de nombrarlo como cronista policial si su rendimiento era satisfactorio. Echando mano a todas sus habilidades sociales, trabó relación con varios funcionarios policiales, lo que le permitió un acceso de primera mano a información de los delitos en que estos intervenían, y así pudo sorprender al jefe de redacción con reportajes inesperados por provenir de un novato en la profesión. Consiguió así ocupar el anhelado puesto y encarrilarse en la carrera que ambicionaba. Paralelamente, y aunque demorado por la necesidad de trabajar para ganarse la vida, continuó con sus estudios universitarios, los que pudo concluir, aunque obviamente con varios años de atraso, teniendo ya veinte y siete años. No teniendo ya la obligación de concurrir a clases y rendir exámenes, se despertó en él el deseo de aprovechar lo aprendido en la Facultad y su experiencia laboral, para crear su propia obra literaria, la cual estaría orientada, cómo no, al género policial, terreno de brillantes autores como Dashiell Hammett y Ross MacDonald.
A los treinta años, Luis era un hombre joven, de estatura algo superior a la normal, con cabellos rizados, tez cetrina y ojos negros de una mirada penetrante que parecía indagar en el interior de la persona a la que miraba. Había publicado dos novelas policiales, que habían sido bien consideradas en el ambiente literario, tanto así que otros escritores de mayor edad le conectaron con un agente literario español que podía ayudarlo a publicarlas en su país, lo cual por suerte pudo ser conseguido. Era cronista policial de un conocido diario, y contaba con la amistad de varios funcionarios policiales que, en razón de esa amistad, le daban primicias sobre los casos en los que le tocaba intervenir. A su vez, Luis pudo devolverles el favor ayudándolos en algunas oportunidades cuando estos funcionarios llegaban en sus investigaciones a un punto muerto del cual no podían proseguir. No era inusual entonces que Luis fuera invitado a acompañar a la policía cuando ésta era requerida para intervenir, porque sus amigos policiales sabían que podía ser un valioso consejero y a Luis esto le permitía conseguir material exclusivo para publicar en el diario.
Una de estas ocasiones le dio a Luis la base para un libro que él tituló "El caso de la esposa infiel". Ocurrió que estando Luis en la redacción del diario recibió la llamada de su mejor amigo en la policía, el comisario Cevallos. Cevallos le comunicó que tenía entre manos la denuncia que había hecho una mujer de que alguien había matado a su esposo e invitó a Luis a que concurriera con él al lugar del delito, lo cual Luis aceptó sin dudar, poniendo como única condición la de llevar consigo al fotógrafo del diario.
El lugar mencionado en la denuncia era un departamento en un quinto piso en el barrio de Belgrano. Cuando llegaron allí se encontraron con un elegante edificio donde todo, desde el portero uniformado hasta los muebles del hall de entrada indicaba que allí moraba gente de buena posición económica. Un ascensor los llevó hasta el quinto piso, y al tocar el timbre, les abrió la puerta una mujer que mostraba signos de estar experimentando un gran sufrimiento ya que tenía los ojos enrojecidos por el llanto y la cabellera desordenada como si se hubiera pasado muchas veces los dedos por ella. Se identificó como la que había hecho la denuncia y los hizo pasar al living, donde un hombre yacía en el piso. Al acercarse y examinarlo, resultó evidente que estaba muerto y por la sangre que manchaba su ropa se podía suponer que la causa de su muerte era un balazo que había recibido en el pecho. Cevallos pidió por teléfono la concurrencia del médico forense e interrogó a la mujer, que dijo ser la esposa del muerto.
Manifestó que ese día que había ido como acostumbraba una vez por semana a un salón de belleza donde le hacían manicura y peinado y le daban masajes relajantes. Dijo que todo había transcurrido como de costumbre, que nada se había apartado de la rutina normal. Cuando volvió a su casa, se encontró con el horrible cuadro de su marido muerto de un balazo. No tenía idea de porqué esto había ocurrido. Cevallos le preguntó si sabía de alguien que pudiera tener interés en matar a su esposo, pero ella dijo que no conocía ningún enemigo de su marido que pudiera llegar al extremo de matarlo. Su marido, dijo, gozaba de un buen pasar, pero era debido a la renta proveniente de las propiedades que había heredado de sus padres. No sabía que interviniera en negocios donde alguien pudiera sacar ventaja de eliminarlo. A la pregunta de si tenía alguien que lo heredera además de ella, dijo que no estaba al tanto de que hubiera otros herederos, porque no habían tenido hijos y por lo tanto, ella era la única heredera. Aparentemente, quedaba así eliminado el dinero como móvil del asesinato.
Cuando llegó el médico forense, luego de hacer el examen correspondiente, dio como hora de la muerte un intervalo que estaba comprendido en el período en que la mujer dijo haber estado en el salón de belleza, o sea que la esposa tenía una coartada que la libraba de sospechas. Investigaron todas las habitaciones del departamento buscando signos de que hubiera habido una pelea, pero no encontraron ninguno. La puerta de entrada no mostraba señales de que el asesino hubiera forzado su entrada. Ante la ausencia de pistas que pudieran orientar la pesquisa, Cevallos requirió la intervención de los peritos en dactiloscopia, pero éstos no pudieron encontrar huellas digitales que no fueran de la pareja, de manera que la policía no tenía rastros que seguir. Parecía como si el muerto hubiera dado entrada al asesino y éste le hubiera disparado sin mayores prolegómenos, para después retirarse sin otras intenciones.
La historia apareció al otro día en el diario como "Misterioso asesinato en Belgrano", acompañada por supuesto de la foto del occiso en el living de lo que había sido su vivienda. Pero a Luis, que solamente había escuchado y mirado sin hacer ninguna pregunta, la declaración de la viuda le había dejado la impresión de ser demasiado elaborada, como si fuera una actuación preparada de antemano y no el producto de un verdadero dolor. Además, era evidente que era mucho más joven que el muerto, lo cual hacía pensar en un matrimonio cuyo motivo que no había sido precisamente un romance, sino más bien el interés. Cierto era que la policía había comprobado la presencia de ella en el salón de belleza a la hora manifestada, por lo que su coartada era inquebrantable, pero no se podía descartar la intervención de un cómplice cuyo objetivo fuera aprovecharse de una viuda con una buena herencia. Así que decidió hacer una visita por su cuenta a dicho salón, y utilizó para ello la excusa de obtener información para su esposa sobre los servicios que allí prestaban. Interesados en conseguir una clienta, le proporcionaron un amplio informe y entre otras cosas le contaron que tenían un masajista muy bueno, Roberto, del que todas las clientas hablaban maravillas. Hábilmente Luis obtuvo los datos del mismo, pero manifestó que vivía bastante lejos y manifestó su preocupación por su disponibilidad, porque dijo que no quería que su esposa fuera un día en que el tal Roberto no estuviera. Le contestaron que cuando Roberto no podía ir a trabajar tenían un suplente que lo cubría, y que justamente eso había ocurrido el día anterior.
La información obtenida le confirmó a Luis que Roberto podía ser el cómplice en cuestión, ya que la viuda había dicho que nada fuera de lo normal había pasado, y si no estuviera encubriendo a su cómplice no hubiera pasado por alto el hecho de que el masajista no era el que siempre la atendía. Una vez de vuelta en el diario, Luis llamó al comisario Cevallos y le comunicó sus sospechas. Le dio el domicilio de Roberto y le sugirió que hiciera una requisa a fondo del mismo, ya que era posible que la viuda le hubiera proporcionado al masajista los medios para entrar en el departamento sin producir alarma. Cuando esto fue hecho, encontraron una llave que abría la puerta del departamento y un revolver que fue enviado a los peritos balísticos, los cuales comprobaron que efectivamente era el arma del crimen. A raíz de esto, Cevallos volvió al edificio con una foto de Roberto y se la mostró al portero, quien confirmó que ese hombre había ingresado al edificio el día del crimen, diciendo que era un técnico que venía a hacer una instalación en otro piso que el de la víctima.
Así fue como el misterioso crimen de Belgrano dejó de ser misterioso y Luis Aquino consiguió material para escribir otra novela más.