El apólogo
Pepita era una joven que concurría a una escuela de nivel secundario. Como era hija única, fue muy consentida por sus padres y tenía un elevado concepto de sí misma. Creía que sólo lo mejor era lo que le correspondía y que todos debían plegarse a sus deseos. Siempre andaba muy arreglada, a veces en forma exagerada para la circunstancia en que se encontraba, lo cual la hacía destacarse donde sea que estuviera, lo que le encantaba porque era su deseo hacerse notar y ser el centro de la atención de todos. Hasta la forma de caminar ayudaba en este sentido, porque lo hacía como si fuera una modelo recorriendo la pasarela y siendo el eje de todas las miradas.
Tenía una amiga que andaba siempre con ella, pensando tal vez que de esa manera recibía de rebote algo de la atención que la otra provocaba. Pepita la usaba de recadera, haciéndole llevar y traer cosas como si fuera su empleada. Por ejemplo, le hacía traer cosas de la cantina o llevar un libro a la biblioteca. Cuando había una reunión, la mandaba por delante para que le reservara un lugar y Pepita entraba cuando ya todos los demás estaban en sus lugares, siempre con sus andares de princesa.
En una oportunidad en que se celebraba una festividad escolar, con baile incluido, Pepita se las arregló para conseguir para conseguir un lugar preferencial donde sentarse, cerca de las autoridades y de la banda, y donde pudiera ser vista por todos. Cuando, más tarde, las otras chicas le preguntaron cómo había hecho para lograrlo, les contestó en voz bien alta de manera que ninguna pudiera dejar de escucharla:
– Y... la que puede, puede.
Pero ocurrió que un día, un profesor al cual no le hacían mella los aspavientos de Pepita y que solamente apreciaba la dedicación y el esfuerzo que el alumno ponía en su trabajo, le puso una nota con la cual no alcanzaba a aprobar la materia. Pepita, despechada, se levantó de su asiento en plena clase y le dijo al profesor que ella no merecía esa nota porque si no había alcanzado a cumplir las exigencias del trabajo, era porque había estado ocupada en hacer tareas comunitarias en bien de la comunidad escolar. Y agregó:
– Y si tiene dudas de lo que digo, puede preguntarle a cualquiera de mis compañeras – y al decir esto, miró a su alrededor como incitando a las otras alumnas a que la apoyaran.
Pero las compañeras, que ya estaban hartas de las ínfulas de grandeza de Pepita, se hicieron las desentendidas, mirando para cualquier lado y sin abrir la boca, por lo cual no le quedó más remedio que volver a sentarse, con la cara roja de rabia.
Moraleja: La humildad y la sencillez son más eficaces que el orgullo y la soberbia para conseguir el apoyo de tus semejantes.